STATEMENT

My painting practice revolves around affective states—confusion, desire, absence, and freedom, among others. Each body of work begins with a particular emotional tone that gives rise to a word or concept. This initial gesture becomes the title and conceptual anchor for the series, guiding material choices and the overall approach. The process is largely intuitive and improvisational, favoring emotional resonance over premeditated structure. It aligns with what Gilles Deleuze referred to as a “logic of sensation,” where matter actively participates in the construction of meaning.
Originally from Argentina, I’ve been living and working in Mexico for several years. This shift in geography marked a turning point in both my life and practice. Rather than framing displacement as trauma, I approach it as an opening—an opportunity for reinvention. Mexico’s cultural landscape—its colors, textures, rhythms—has become more than a backdrop; it operates as living material within the work. At the same time, distance from personal ties, particularly the loss of my parents, introduced a complex tension. That ambivalence surfaces in series such as Ausencia I & II (2021) and Silencios que hablan I & II (2022), where memory and grief are inscribed through material traces.
More than a search for style, my work is driven by a sustained interest in experimentation. I work with a range of materials—found wood, frayed textiles, distressed paper—not as decorative elements but as active participants in the process. Chance and improvisation are key: textures emerge from observation and interaction with the everyday environment. The painting becomes a space between control and contingency, between personal reflection and shared experience.
References such as Antoni Tàpies’ materiality, Pollock’s gestural spontaneity, or Rothko’s emotional depth function less as direct influences and more as points of resonance. In some cases, the use of a reduced palette stems from a need to counteract the visual overload of urban life; in others, it reflects a turn inward. Rather than illustrating emotions, I aim to let lived experience take shape through matter. Authenticity is not treated as an idealized essence, but as a practice of presence—working from a place of honesty, without seeking external validation.
Mi práctica pictórica se articula en torno a estados afectivos como la confusión, el deseo, la ausencia o la libertad. Cada obra parte de una emoción particular que se traduce en una palabra o concepto inicial, el cual nombra la serie o pieza y orienta las decisiones materiales. El proceso es mayormente intuitivo y abierto a la improvisación; prioriza lo afectivo sobre lo programático, lo gestual sobre lo estructurado. Esta forma de producción, que privilegia el hacer como forma de pensamiento, se aproxima a lo que Gilles Deleuze entendía como “una lógica de la sensación”, donde la materia participa activamente en la construcción del sentido.
Soy originaria de Argentina y resido en México desde hace varios años. Este desplazamiento marcó un punto de inflexión tanto vital como artístico. Lejos de inscribirse en una narrativa traumática, el desarraigo aparece en mi obra como posibilidad de reconfiguración. La adopción simbólica de lo mexicano no opera solo como contexto, sino como materia viva: el color, la textura urbana, el ritmo de lo cotidiano. Sin embargo, esta expansión convive con la pérdida. La distancia física frente a la muerte de mis padres introduce una ambivalencia que se manifiesta en piezas que funcionan como archivo emocional o huella material, como puede observarse en series como Ausencia I y II (2021) o Silencios que hablan I y II (2022).
Más que una búsqueda de estilo, la práctica se sostiene en una exploración permanente de materiales, soportes y técnicas. El uso de textiles heredados, papeles fragmentados, madera agrietada o superficies encontradas responde a una voluntad de dejar que el entorno —y su contingencia— intervenga en el gesto artístico. Esa apertura al accidente convive con una atención sostenida a lo visual: formas mínimas, texturas naturales, estructuras erosionadas. La pintura funciona aquí como una zona intermedia entre el control y lo inesperado, entre lo íntimo y lo colectivo.
Referencias como la pintura matérica de Antoni Tàpies, el gesto impulsivo de Pollock o la carga afectiva en la abstracción de Rothko operan como puntos de resonancia, más que como filiaciones directas. En algunos casos, la reducción cromática responde a una necesidad de contrarrestar el exceso visual del contexto urbano; en otros, a una búsqueda introspectiva. En mi caso, no se trata de ilustrar emociones, sino de permitir que ciertas experiencias se manifiesten en forma de materia. La autenticidad no se plantea como una esencia, sino como una práctica de presencia: producir desde un lugar honesto, sin el cálculo de la aceptación externa.